miércoles, 19 de marzo de 2014

Volviendo a la infancia

La semana pasada mi profesor de cocina moderna me riñó por estar hablando en clase. Me dio una vergüenza horrorosa.
Voy a contaros mi versión de los hechos. Habíamos currado mogollón durante  dos horas, teníamos un pastel de ancas de rana que daba gloria verlo y él comentó, que durante la ejecución del plato, se había percatado de que algunos compañeros tenían escrúpulos para manipular el producto. Entonces la persona a la que hizo referencia tomó la palabra y se defendió argumentando que no es que él fuese un tiquismiquis, sino que el olor le había dado un poco de reparo, pero que en alguna ocasión había comido incluso hormigas y escorpiones. En ese momento yo le dije algo gracioso a mi compañero de al lado, en un tono de voz poco audible y por un lapso de tiempo que no llegó a un nanosegundo. Ahí mi profesor paró la clase, reprendió mi actitud en público y me puso un negativo. No os puedo describir mi decepción, mi enfado, mi mal rollo. Considero que fue tremendamente severo conmigo para ser la primera vez, en 5 meses, que me tiene que llamar la atención por algo. Pero como soy expresiva y no puedo disimular ninguna de mis emociones (otro defecto que lucho por eliminar día a día) quiso hablar conmigo y aclarar las cosas. Yo saqué en conclusión que mientras él explica todo el mundo ha de permanecer en silencio. Y que como es la máxima autoridad he de obedecer sus órdenes. Pues en esas ando. Vosotros no estáis en posición de sacar ninguna opinión al respecto, porque no habéis oído su versión. Con lo cual: sin comentarios.

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