martes, 17 de junio de 2014

Independiente

Una de las primeras frases que aprendí a decir de pequeña fue: _"Yo sola". Cuando tenía que atarme los zapatos, subirme a una silla, o alcanzar un juguete y alguien venía a ayudarme pronunciaba esas dos palabras. En la  última clase de pastelería me ocurrió una cosa que me hizo darme cuenta de que, aunque ya no la declame, la esencia sigue en mi.
Os lo explico: era la primera vez que ejecutaba aquella receta en mi vida y no tenía muy claro como debía de ser el resultado, ya os digo de antemano que no salió bien. Mientras la llevaba a cabo eso no me preocupaba en absoluto, yo entendía esa práctica como un experimento, una prueba que me dotaría de conocimientos para próximas veces. Cuando mi profesora se percató de que lo que obtuve no era adecuado me recriminó: _"No debería de haber quedado así", y yo me defendí argumentando: _"Es la primera vez que lo hago, no sabía como tenía que quedar" y ella, sorprendida me interrogó: _"¿Por qué no me preguntaste?" Hubiese sido una buena opción pero he de confesar que no se me pasó por la cabeza en ningún momento, asumí que estaba sola, no busque donde apoyarme y actué en consecuencia. Me da rabia percatarme de esto a finales de curso, porque ¿cuántas oportunidades de pedir auxilio habré perdido?

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